Su niñez y adolescencia transcurrían en pequeños pueblos del Amazonas colombo-venezolano. Hasta que vio un documental que le torció los planes y se vino a estudiar Ciencias en la ciudad más grande que ha visto en su vida.
Coleados estábamos en una clase de Filosofía de la UNC, mientras la profe Lilia Ana Márquez proponía, comentaba, problematizaba un incómodo y necesario asunto: si la ciencia que nos han inculcado durante décadas le ha servido al capitalismo, a la guerra, a la dominación y a la invisibilización de los pueblos pobres de la tierra, entonces esa ciencia no le sirve a la nueva sociedad, la que se supone que ya procedimos a construir. Márquez le preguntó si se habían paseado por las lecturas recomendadas sobre el tema, y varios jóvenes dijeron que sí, y lo demostraron, casi siempre a punta de inquietudes.
Uno de esos muchachos que tenían más preguntas que afirmaciones era Iván López, que tiene buenas razones y motivos para sentirse participante de esa demolición de paradigmas, desde dentro. El chamo va a estudiar Biotecnología, y ya entiende por qué incluso esa carrera debe entromparse desde una perspectiva, un punto, una trinchera, y que esa trinchera está llena de claves decoloniales, antiimperialistas y de cuestionamiento de todo lo que suene cómodo y florido. Si el cuerpo y la mente te invita a amoldarte entonces la primera tarea es reventar ese molde: ahí es donde el pensamiento necesita algo de dolor y mucho de acción.
A Iván, nacido en 2006, le va a resultar fácil, o al menos eso parece. Iván tiene un fenotipo indígena imposible de ocultar, así que no hubo ninguna sorpresa cuando informó que viene de Amazonas, y que su familia es de origen curripaco, pueblo ancestral binacional que todavía esgrime su cultura en aquellos parajes binacionales. Su padre es técnico en refrigeración, y su madre, personal administrativo en Fundacite Amazonas. El joven confiesa con toda honestidad que ha sido víctima del proceso de desconexión cultural que tiende a aislar a los pueblos originarios.
–¿Qué te aportó tu cultura? ¿Qué hay de curripaco en el equipaje que traes de Amazonas?
–Mire, siendo sincero, yo tuve una gran desconexión con mi cultura. Me sé solo dos palabras en curripaco: jariwaikao y huachapía, que es «cómo estás» y «gracias». La verdad, últimamente es que me he interesado justo ahorita en mi adolescencia en lo que es el conocimiento indígena tradicional y en lo que puede aportar como la sociedad, a pesar de que es una cultura muy opacada por la modernización y la tecnología actual.
–¿Conocías una ciudad grande como esta?
–Yo me crie en pueblos pequeños. las ciudades más grandes que conocía eran Inírida (Guainía, Colombia) y Puerto Ayacucho (Amazonas, Venezuela). Había venido a Caracas con mi mamá, muy pequeño, pero nunca tuve relación con lo que es la metropolización o las ciudades grandes.
Este detalle, y la intervención de una de sus compañeras de clases, en las que se atrevió a preguntar dónde cabe en esa Universidad la kinestesia, el mal de ojo, y si se puede hablar de lo aburrido que es Platón, me animan a explorar por este lado:
–La profesora ha dicho que debemos abrir el cerebro a lo que es la magia y a los conocimientos ancestrales. Eso te debe dar un alivio tremendo.
–Eso me da un alivio porque es básicamente de lo que se trata la Ciencia Abierta, el poder descubrir otros entornos y no solo seguir lo que ya está escrito.
– El gancho que lo trajo a Caracas
La Universidad Nacional de las Ciencias, en su etapa germinal, se movió por el país buscando a sus estudiantes, un movimiento de una audacia que hemos comentado antes en esta serie. Pero de nada sirve que la universidad vaya a buscar estudiantes si éstos no están interesados o animados a mudarse desde sus lugares de origen hasta Caracas, para echarle piernas. Iván revela con su respuesta personal que hay acciones, políticas y productos culturales que le cambian la vida a la gente:
–A mí me animó a venirme para acá fue más que todo la historia de Humberto Fernández-Morán, un científico del que no conocía su historia, no conocía el gran talento y el aporte que le hizo a Venezuela, la cuchila de diamantes y otras cosas. No sabía nada de él hasta hace seis meses, por la campaña que se le está haciendo, vi la película sobre él en Amazonas. También conté con el apoyo de mi madre y mi padre, que siempre me han apoyado en todo lo que siempre quise.
–¿Y antes de eso qué hacías?
–Yo soy apenas recién salido del bachillerato. Mis aspiraciones al principio eran hacer la carrera de Administración, Economía o Mercadeo, y ahora estoy relacionándome con lo que es la materia, la ciencia como tal, la ciencia para la vida. Ahorita quiero aprovechar mis conocimientos más que todo porque ya tuve roces con la química y ahora sobre todo con la Biotecnología, y que descubrí que es una carrera multidiversa en su naturaleza, porque no sólo aporta a lo que es la química natural, no, puede aportar a lo que es la la agricultura, a conocer la fauna y la flora, el ecosistema y hasta la misma industria.
–¿Habrá alguien que sepa de botánica allá en Amazonas?
Sin ningún problema se me rio en la cara, como correspondía.
–Obvio, porque con el conocimiento que puedo adquirir en toda esta carrera yo puedo hacer un gran aporte a mi estado, siendo un área selvática. En esos territorios el conocimiento por parte de los indígenas puede aportar y ayudar al avance en lo que es la tecnología aplicada a la botánica.
–¿Cómo te ves dentro de cinco años?
–Me veo como licenciado en Biotecnología aquí en Caracas, y si es posible aportarle lo que pueda. Dios quiera una gran investigación, un gran aporte que le pueda hacer al país y sobre todo a mi estado, a mis raíces. ¿Habías venido antes para Caracas? Con mi mamá como dos veces, pero ya de pequeñito. Esta es la primera vez que vengo solo y me ha adaptado a un nuevo ambiente, a una nueva vida, a escribir una nueva etapa de mi vida.
Prensa La Inventadera

